15 de octubre de 2013

Aceptar a los demás, aceptar a la pareja tal cual (Vivir I)


Voy a tratar en varios artículos las diferentes formas de vivir la pareja y las relaciones afectivo-amorosas. Retomo primero lo que decíamos al principio de este Blog (ver en “Sociedad” “Relaciones familiares en tiempos de cambio”):
Antes, en la sociedad de nuestros abuelos o bisabuelos, con una esperanza de vida media de unos 50 años, cuando pasabas de esa edad eras considerado un “viejo”. Ahora, los que leemos estas líneas vamos a vivir entorno a los 85-90 años, por lo que es corriente que se vivan varios matrimonios, con una duración casi semejante a lo que antes era uno. Muchas personas se separan de su pareja después de 20, 25 años o más y les queda tiempo para emparejarse otra o dos veces más. También cambias de trabajo (muchas más veces que antes y si lo encuentras y de qué tipo…), de residencia,… y no digamos ya de productos que antes considerábamos que nos iban  a acompañar durante buena parte de nuestra vida: el coche, los muebles, el piso… El mercado nos dice: consume, consume… que lo nuevo te hará sentirte joven. Sin embargo cada experiencia es “única” y no es lo mismo el noviazgo a los 20 que a los 30 o a los 50. Compararlos, querer revivir un nuevo enamoramiento como puro, joven y bello, solo con lo que nos gustó de los anteriores y con nada de lo que provocó la separación… seguramente nos hará caer de nuevo en nuestros defectos y errores, los mismos pero multiplicados.
Querer que el otro cambie
Una de las causas más comunes de enfrentamientos y estériles discusiones en las parejas es querer que el otro cambie. Al principio de una relación todo parece maravilloso. Incluso los errores (o "imperfecciones") del otro nos parecerán virtudes. Efecto del espejismo, de las distorsiones sobre la realidad que produce el enamoramiento. Después, esos pequeños “defectos”, formas de ser, carácter, manías… iremos comentándolos, suavemente, paso a paso. Desde los de mayor tamaño a los más insignificantes de la vida cotidiana (“¿podrías tirar la basura más a menudo?”, “si cambiaras de ropa parecerías más joven” “¿podríamos cambiar la tele de canal? es que ver siempre lo mismo…”). Después, con el tiempo, vendrán las objeciones cada vez más profundas o punzantes. “Sí, eres una persona maravillosa, pero deberías cambiar esto o lo otro… Es que ya no soporto que hagas…”. Y después de unos años de convivencia, habitualmente 4 o 5, es muy común o separarse o dedicar más tiempo a la discusión estéril que a la comunicación.
Dicen algunos especialistas que la raíz de estos problemas es que, cuando nos enamoramos, vemos en la otra persona lo ideal, lo maravilloso y la imagen de lo perfecto ¿por qué? Porque proyectamos sobre la otra persona nuestra propia personalidad idealizada, queremos ver nuestro “yo perfecto”, sin defecto alguno. Queremos ver realizado nuestro yo único y perfecto en el otro y, aún más, idealizamos que la unión del yo con el otro en un solo será lo máximo, la imagen perfecta de la felicidad. Y así proyectamos todo tipo de fantasías. Imaginamos un mundo perfecto, sin impurezas, tendremos un mundo feliz si conseguimos estar con la otra persona. Nos enamoramos de una imagen. Imagen que luego se irá desvaneciendo poco a poco.
Cuando vemos los defectos que estaban ahí y que no nos gustan, y que no queríamos ver, muchos de los defectos que no nos gustan de nosotros mismos, lo criticamos. Y parece ser que sobre todo no soportamos aquello que no queremos que nos vean en nosotros mismos, cuando lo vemos en la otra persona. “Tal vez merezca la pena observar que aquella habilidad que nos atraiga de forma un poco exagerada en el otro, es casualmente la parcela que debemos desarrollar nosotros” (Doria, J. Mª), la parcela de nuestra personalidad que deberíamos de trabajar y observar sobre nosotros mismos.
La obsesión por la perfección tiene raíces religiosas y de auto-culpabilización. Si no somos perfectos y felices es por el pecado, el Original y el nuestro de cada día, que nos expulsó del Paraíso terrenal, aquel sitio donde todo era perfecto, puro y no existía el sufrimiento, ni la fealdad… Si no somos de determinada manera pensamos que es porque realmente no queremos serlo, porque somos débiles o caemos en el “pecado”. Es algo que debemos corregir.
Pero el análisis científico de la realidad nos indica algo bien distinto: lo puro, lo perfecto no existe de forma absoluta y si somos de determinada manera (el carácter, la personalidad) es por múltiples factores, evolutivos, de cultura, genéticos, familiares,… y uno no puede cambiar de carácter y de costumbres como si fuera cambiar de camisa. Uno de los errores del denominado “pensamiento positivo” (muy positivo en otros aspectos) es predicar que si real y profundamente quieres una cosa, siempre la consigues. En última instancia: Si realmente quieres un trabajo, ese trabajo, lo conseguirás (¿da igual que haya 1 millón de parados que 6?). Esto lleva a múltiples insatisfacciones personales, aparte de no querer analizar la sociedad, el sistema, los problemas estructurales sociales. Es más fácil culpabilizarse a sí mismo y/o a los demás más cercanos: mi falta de formación, mi mala suerte, mi familia-malas amistades,… los que vinieron de fuera y ahora nos quitan el trabajo…, esto es más fácil que pensar/analizar que las responsabilidades principales son de un sistema profundamente injusto y desigualitario. Es más fácil pelearte con tu vecino que con un rico o que denunciar activamente al banquero-político-oligarca que no ves y que está perfectamente protegido por todo el sistema.
Y esto no quita las responsabilidades que tiene cada persona y lo que puede hacer cada uno.

(Sobre la independencia y el libre albedrío hablaremos en los siguientes artículos).

Tomás Alberich (octubre 2013)

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